En primer lugar, la valoración del niño(a) no como ente abstracto que debe acoplarse forzosamente a un plan y a unos métodos previamente concebidos, sino como un sujeto único al que la pedagogía tiene obligación de ayudar en su proceso de formación. En segundo lugar, y consecuentemente, la necesidad de elaborar unas técnicas adecuadas en este sentido, teniendo en cuenta que la Educación, lejos de constituir un proceso en el que se desarrollan únicamente ciertas cualidades, apunta hacia la misma totalización que es la vida. En tercer lugar, la superación del intelectualismo de la vieja escuela, en pos de una valoración del juego-trabajo, como punto de referencia ineludible de la actividad transformadora y humanizadora por excelencia, esto es, el trabajo propiamente dicho.
Célestin Freinet (1967)
Pese al tiempo transcurrido, muchos educadores pierden de vista alguno de estos principios,la constante reflexión de nuestras prácticas nos llevarán a minorizar las equivocaciones.
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